Para la mayoría de las personas consultadas, la diferencia clave está en la intención detrás del contenido. Visibilizar significa “dar a conocer una realidad sin esperar nada a cambio” o “generar conciencia”, mientras que explotar es “lucrar con el sufrimiento ajeno” o “usar la pobreza como fondo estético para conseguir likes”. Estos jóvenes —principalmente estudiantes y creadores vinculados a la comunicación y el cine— identifican una línea ética que reconocen de manera intuitiva: mostrar una problemática no es lo mismo que convertirla en mercancía digital.
Las emociones que despiertan estos contenidos son también un indicador del hartazgo. Los encuestados hablan de “coraje”, “falsedad”, “hipocresía” o “desagrado” cuando ven videos que romantizan la precariedad. Consideran que estas tendencias normalizan situaciones preocupantes y exponen una relación desigual entre quien graba y quien aparece en pantalla. Aseguran que muchos creadores “no han vivido realmente la pobreza”, lo que para ellos evidencia una dinámica de privilegio y un uso superficial de realidades que requieren contexto.
El caso de “Ojitos Mentirosos”, ampliamente reconocido entre los participantes, funciona como un ejemplo claro de esa tensión. Aunque algunos ven en el trend un intento inicial de visibilización o de orgullo barrial, la mayoría afirma que terminó derivando en una banalización acelerada. Señalan que la referencia estética a películas como Chicuarotes ha sido despojada de su sentido crítico, reducida a una imagen replicable para el algoritmo. Esta apropiación, dicen, convierte la vida en los barrios en un escenario donde la precariedad se embellece, se vacía de contexto y se vuelve un recurso para viralizarse.
En ese sentido, el hallazgo principal de la encuesta apunta hacia la mirada externa como detonante de la explotación. Los participantes identifican como problemática la figura del creador que llega a comunidades ajenas para grabar “safaris urbanos” y obtener contenido viral, una dinámica que hoy se reproduce tanto en TikTok como en YouTube. Aunque reconocen el valor de quienes narran su propia realidad, advierten que, en la lógica del algoritmo, la frontera entre denuncia y espectáculo es cada vez más frágil. Para esta generación crítica, la responsabilidad no recae solo en quien filma, sino también en una audiencia capaz de distinguir entre conciencia social y la nueva forma de “cosplay de la pobreza”.