Cómo Identificar la Pornomiseria
Reconocer la pornomiseria —la explotación estética de la pobreza denunciada desde 1978— implica analizar no solo lo que se muestra en pantalla, sino cómo y para quién se construye esa representación. En una era donde el cine, los documentales y los trends de TikTok convierten la precariedad en un producto viral, distinguir entre visibilización crítica y extracción estética se vuelve indispensable para comprender el impacto ético y político de estas narrativas.
Identificar la pornomiseria exige mirar más allá de la simple presencia de pobreza en una imagen. Este concepto, acuñado por Luis Ospina y Carlos Mayolo en 1978, denuncia la práctica de convertir el sufrimiento humano en un espectáculo visual diseñado para audiencias externas. El primer filtro, señalan expertos y críticas históricas, es preguntarse si la cámara privilegia la estética “bonita” de la precariedad por encima de la experiencia política, social y humana de quienes viven esa realidad.
Una de las señales más claras es la mirada externa. Si una obra parece construida para festivales internacionales o para públicos que consumen la pobreza como exotismo —como ocurrió con Emilia Pérez, acusada de empaquetar la violencia mexicana para el mercado global—, se activa una alerta inmediata. La pornomiseria opera bajo una lógica neocolonial: el “Sur Global” produce imágenes de su propia miseria siguiendo los gustos del “Norte Global”.
La estructura dramática también ofrece pistas. La pornomiseria suele presentar la pobreza como un destino fijo, sin escape ni agencia, donde los personajes marginales existen solo para provocar conmoción. Este patrón se aleja de obras críticas como Los Olvidados, que aunque duras, buscan confrontar al espectador con una realidad negada más que empaquetar la miseria como mercancía exportable.